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lunes, 5 de agosto de 2013

¿Si Voto, Boto Mi Tiempo?


Primera Hora

martes 12 de agosto de 2003

El maratón electoral del 2004 comenzó este verano con el proceso de radicación de corredores y las preliminares que se avecinan en noviembre. Mucho se ha dicho de que si esta campaña va a ser una de altura y de ideas, bla, bla, bla… la misma película de todos los cuatrienios.

Desde la niñez, al boricua se le inculca que el arma más importante de la democracia es el voto, y ejercerlo, más que un derecho, es una obligación de cada ciudadano, pues en esas crucecitas que se trazan en las papeletas caen los destinos de la isla por los próximos cuatro años.

Se dice que aquel que no vote en unas elecciones no tiene derecho a quejarse de las decisiones que se tomen en el cuatrienio y mucho menos acudir a las agencias de gobierno a solicitar ayudas o armar berrinches por los problemas que enfrenta su comunidad, pues al fin y al cabo esa persona abandonó sus responsabilidades para con la sociedad el día que decidió no ir a votar.

Ante la importancia que tiene el voto para nuestra sociedad, la labor de educación que cae sobre los hombros de la Comisión Estatal de Elecciones (CEE) y las tres dinastías partidistas es de vida o muerte para mantener un sistema democrático efectivo y que le sirva al pueblo.

Pero qué le dice a usted, amigo lector, que de 1990 a 2000 el número de ciudadanos inscritos para votar se ha quedado prácticamente estancado, mientras que la población de Puerto Rico aumentó drásticamente.

Para las elecciones generales del año 2000 se inscribieron 2,447,032 personas para votar, de una población de 3,808,610, según datos del Censo. De ese total,  2,716,509 son mayores de 18 años y por lo tanto elegibles para votar. La diferencia entre el total de adultos y los inscritos es de 269,477 personas con edad para votar perdidas en el espacio.

Cuando le damos una mirada a la década pasada, tenemos que la población de PR era de 3,522,037, según el Censo de 1990, con 2,367,510 adultos, y las personas inscritas para votar en las elecciones de 1992 eran 2,235,625. La diferencia entre adultos e inscritos fue de 131,885.

Al ver estos muñequitos, lo primero que salta a la vista de cualquiera es que el número de personas con edad para votar a quienes les importa un bledo lo que ocurra en las elecciones y el efecto que esto pueda tener en el futuro de la Isla se duplicó en diez años.

¿Y qué están haciendo la CEE y las tres dinastías políticas de Puerto Rico para pescar a esos 270,000 jueces? La tendencia sugiere que para los comicios del 2004 ese número aumentará.

“Uno de los deberes del presidente de la Comisión Estatal de Elecciones es educar y orientar al elector puertorriqueño y a los partidos políticos respecto a sus derechos y obligaciones”, dice el primer párrafo del portal en la Internet de la CEE.

En arroz y habichuelas lo que esa cita quiere decir es que, más allá de administrar elecciones, la misión de la CEE es educar a la ciudadanía sobre sus deberes como soldados de primera fila de la democracia. ¿Está la CEE cumpliendo con su deber a cabalidad?

Pero ¿y los partidos qué? ¿No se les ha ocurrido que con 270,000 papeletas más insertadas en las ranuras de las urnas se puede ganar una elección? ¿O es que esos son los huesos que no pueden roer con campañas vacías, triviales y sucias? ¿Será acaso que ese cuarto de millón de adultos se siente defraudado por los políticos y ha perdido la fe a tal punto que le da lo mismo que gobierne uno o el otro?

De la misma forma que los niños no le hacen caso a lo que sus papás les dicen sino a lo que ven que los papás hacen, los candidatos y los partidos políticos deben proponerse llevar una campaña concreta y proactiva que convenza a esos 270,000 adultos de que “si voto en las elecciones no boto mi tiempo”.

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